Los sentimientos de culpa.
Tan fuertes como para no dejarte dormir y tan atenazantes como para impedirte avanzar, los sentimientos de culpa se pueden anquilosar en tu mente y hacerte sentir la peor persona del mundo. Pese a ello, no debemos considerar a la culpa como nuestro enemigo número uno. Los sentimientos de culpabilidad, incluso con toda la negatividad que implican, son necesarios para una sana relación con nuestro entorno. La culpa puede desempeñar una función muy enriquecedora, en la medida en que nos ayuda a interactuar en nuestro día a día con los demás. Es el faro o el semáforo que nos avisa cuando nos alejamos del camino correcto.
“Si hago una buena obra, me siento bien; y si obro mal, me encuentro mal. Esta es mi religión.” (Abraham Lincolm).
Desmenucemos qué son, por qué surgen, qué tienen de malo, cuándo son negativos y cómo deshacernos de los sentimientos de culpa.
¿Qué son los sentimientos de culpabilidad?
Uno de los sentimientos humanos más perturbadores es la culpa. Ésta es como una semilla que puede permanecer en estado latente durante mucho tiempo. Un mal día, con nuestros actos, por acción o por omisión, perjudicamos a alguien, y es entonces, cuando de esa semilla brotan los sentimientos de culpa.
Cuando éstos se hacen presente, nos atormentan hasta el punto de amargarnos la vida y hacer que la mente nos pueda jugar malas pasadas, llegando a sufrir pesadillas e incluso ideación persecutoria o suicida.
“Si me haces llorar también tendrá pena tu alma”. (Horacio).
Sin embargo, son los sentimientos de culpa el primer paso hacia el resarcimiento de nuestras acciones. La culpa es la piedra con la que carga nuestra conciencia por haber transgredido una norma social o ética.
Freud consideraba al sentimiento de culpabilidad como uno de los principales ingredientes que conformaban las neurosis, que resultaban del enfrentamiento entre el “ello” y el “super-yo”, entre nuestros instintos guiados por el principio del placer y las represiones impuestas por nuestra conciencia moral. Freud entendía que este conflicto era inevitable y lo acuñó en su célebre frase:
“nadie puede servir a dos señores.” (Sigmund Freud. 1923).
La culpa aparece cuando de forma consciente, hemos actuado de forma tal que otra persona está pagando las consecuencias de nuestros actos o nuestras omisiones. ¿Qué puede haber de bueno y de positivo en ello? La respuesta es sencilla: Al sentir culpa quiere decir que somos sensibles, que contamos con el don de la empatía, que seguramente haremos algo para subsanar el mal que hemos cometido y que aprenderemos una lección muy valiosa: la de no herir a otras personas.
¿Se sienten las mujeres más culpables?
Tradicionalmente se creía que los sentimientos de culpa eran más intensos y frecuentes en las mujeres. Los estudios de investigación en el mundo anglosajón así lo demostraban. (Hoffman, 2002). Esta hipótesis ha sido confirmada por investigadores españoles de las Universidades de Navarra y el País Vasco. Itziar Etxebarria, Mª José Ortiz, Susana Conejero y Aitziber Pascual han podido constatar que las mujeres españolas son más proclives a sentir la culpabilidad que los hombres, especialmente entre los cuarenta y los cincuenta años de edad.
“La mayor presencia de este componente en las mujeres, especialmente en las de 40-50 años, merece especial atención. No sólo por lo que conlleva de sufrimiento cotidiano, sino también por los efectos negativos que puede tener: inhibición conductual en distintos ámbitos, mayor susceptibilidad a la manipulación por parte de otros, etc”. (Etxebarrrria,I. y col. 2009).
(1) – Los sentimientos de culpabilidad son más frecuentes en las mujeres
La culpa y el desarrollo de la conciencia moral.
A principios del siglo pasado, Sigmund Freud ya dejó clara la estrecha relación existente entre nuestra conciencia moral, nuestros actos y los sentimientos de culpa.
“La tensión entre las exigencias de la conciencia moral y las operaciones del yo es sentida como sentimiento de culpa.” (Freud, S. 1923).
La edad y la culpa.
En nuestra etapa de la infancia, se desencadena un proceso que es impulsado por las enseñanzas que recibimos por parte de quienes se encargan de nuestra educación: hablamos de la conciencia moral. Ésta es la que determinará qué nos hace sentir culpables y qué no. Es decir, los sentimientos de culpa no dependen de la acción que hayamos cometido en sí misma, sino del juicio de valor que nosotros asignamos a esa acción. Puesto que la conciencia moral se va desarrollando en el ser humano con el paso de los años, las acciones susceptibles de generar sentimientos de culpa variarán también con la edad:
“No hay hombre, sin importar su sabiduría, que no haya dicho o vivido en su juventud cosas que, para su conciencia madura, resulten ser desagradables, y de ser posible, suprimiría de su memoria”. (Marcel Proust).
La culpa y el contexto social.
La conciencia moral está fuertemente influenciada por el contexto social que rodea al individuo. Imaginemos que hemos crecido en un hogar en el que se promueve la libertad de expresión en todas sus manifestaciones: pensamiento, palabra y modo de actuar. A su vez, se conjuga esta idea con el concepto de que el cuerpo es propiedad únicamente de su dueño y que lo que haga con él no tiene por qué ofender a su pareja.
Por lo tanto, bajo estas premisas, creceremos creyendo que el amor libre es lo natural, así que el concepto de infidelidad no existirá para nosotros. El compartir el lecho con otras personas que no sean nuestra pareja lo tomaremos como algo totalmente aceptable. Con estas ideas en nuestro haber, nunca aflorarán en nosotros sentimientos de culpabilidad alguna si es que tenemos encuentros íntimos con otras personas fuera de nuestra relación de pareja.
Empecemos ahora por el final de la historia anterior: hemos sucumbido a los encantos de una tercera persona, pero el contexto de nuestra educación es sumamente condenatorio al respecto. Hemos sido educados para venerar la fidelidad y siempre se nos dijo que quienes incurren en esta clase de falta, merecen quedarse solos en la vida, ya que no les importan los sentimientos ajenos y son una persona depravada. ¿Cómo creen que nos sentiremos en este caso? Como ya habrán deducido, la respuesta puede oscilar entre lo pésimamente mal y lo terriblemente culpable.
Como hemos visto, una misma acción genera reacciones diametralmente opuestas en dos personas diferentes, ya que la culpa está directamente relacionada con la valoración moral que le atribuyamos a la acción llevada a cabo.
(2) – La conciencia moral nos señala como culpables con su dedo acusador
Fases del desarrollo de la conciencia moral.
Son muchos los autores que han teorizado sobre las fases por las que pasa el niño desde el nacimiento hasta la plena consolidación de su conciencia moral. Autores como Piaget, Kohlberg, Loevinger, Bull, Villegas, Selman o Kegan han propuesto diferentes fases evolutivas, que en algunos casos solamente se diferencian en la sinonimia empleada o en pequeños matices. A la hora de abordar este tema vamos a adoptar la clasificación propuesta por Villegas en su libro “Psicopatología y Psicoterapia del Desarrollo Moral” donde hace referencia al concepto de “nomos” (regla, ley, norma). Veamos, pues el trayecto que traza el desarrollo moral hasta finalmente llegar a su madurez y volcar en nosotros los sentimientos de culpa.
Fase uno: Prenómica.
Es la etapa por la que atravesamos cuando somos bebés. Se denomina así (“pre – nómica”) porque es previa a cualquier tipo de norma o convencionalismo social. Abarca esta fase desde el nacimiento hasta los dos años de edad, es decir la etapa perinatal. En ella, no tenemos responsabilidades para con nuestro entorno y nuestra dependencia es total.
El niño busca a toda costa la satisfacción inmediata de sus necesidades básicas, aunque el éxito de la empresa dependerá de los padres o cuidadores con los que acabará desarrollando una relación de dependencia, que será la base de la posterior “socialización” del sujeto.
Existen situaciones en la vida adulta que nos pueden llevar a retornar a esa zona de confort, realizando una regresión para aislarnos del mundo real. Tales situaciones pueden ser depresiones o traumas psicológicos, entre otras.
Fase dos: Anómica.
La fase anómica aparece entre los dos y los seis años de edad. Durante esta fase, el niño comete decenas de acciones que deberían generarle culpabilidad. No obstante, su psiquis aún no está lo suficientemente madura como para distinguir el bien del mal.
En estos años el niño toma conciencia de sí mismo y desarrolla habilidades y recursos, pero siempre bajo una perspectiva egocéntrica feroz, donde la ley son sus caprichos (“a – nómica” = sin normas). En esta fase el pensamiento mágico preside la vida infantil: “Todo lo que deseo lo puedo conseguir”. Si el niño se estancara en esta fase acabaría desarrollando una patología psicótica.
Por lo tanto, es la etapa en la que los adultos a cargo de la educación del niño deben aunar sus esfuerzos, más que nunca, para inculcarle las reglas sociales, éticas y morales. Si la educación consigue sus frutos, el niño no debería atentar contra estas normas por el mero hecho de sucumbir a sus impulsos.
“Mostrándose a veces cariñoso y gracioso, y otras hostil e ingobernable es capaz de aceptar obedecer en ciertas circunstancias para no perder el amor de la madre o para ganarse la estima de la maestra, o tal vez en algunos casos frente a una autoridad más severa para evitar un castigo”. Villegas, M. (2005).
Los adultos que no han superado esta fase anómica, parcial o totalmente, se comportan como un niño guiado por la necesidad de gratificación inmediata, la impulsividad y la carencia de empatía. Por consiguiente, cuando un adulto en posesión de dichas características transgrede las normal morales, no es capaz de sentir culpabilidad.
(3) – En la fase anómica el niño se comporta como un reyezuelo tirano
Fase tres: Heteronómica.
Va desde los seis años hasta el comienzo de la pubertad, sobre los once años aproximadamente. El niño ha ido cediendo en su visión egocéntrica de su entorno, no sin una dura pugna con los esfuerzos educativos. Ha abandonado el pensamiento mágico y es capaz de distinguir entre realidad y fantasía. Empieza a aceptar las normas de los demás (“hetero – nomos”) y a diferencia de la fase anterior, ya no lo hace buscando la aprobación paterna sino porque es capaz de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal. Aparecen por lo tanto los sentimientos de vergüenza y de culpabilidad cuando incumple las normas que le han inculcado.
Fase cuatro: Socionómica.
El joven entra de lleno en los conflictivos años de la adolescencia. Durante esta etapa, el adolescente desarrolla la clásica rebeldía ante los padres, el desafío constante a la autoridad para ganar en independencia y autonomía. Los criterios sociales dejan de tener peso y los valores que ahora priman son los que rigen en su grupo de amigos o en la pandilla Es ésta una fase muy complicada para el adolescente, que por un lado busca desesperadamente la pertenencia al grupo, pero al mismo tiempo busca reafirmarse como individuo dentro del grupo y puede pugnar por el liderazgo o incurrir en conductas antisociales en busca de protagonismo. Es la fase en la que hace irrupción de forma brutal el enamoramiento:
“El amor nos lleva a percibir al otro, recubrir de belleza su persona, sus palabras, todos sus gestos”. (Villegas, M. (2005).
En estos años las relaciones de amor o amistad priman muy por encima de las familiares, que pasan a un segundo plano. Tiene una gran importancia el desarrollo de los vínculos fuera de la familia, pues cuando aparecen dificultades en el mantenimiento de estas relaciones se pueden sentar las bases de conductas dependientes que originen patologías futuras.
Fase cinco: Autonómica.
Comienza en la etapa adulta y acompaña a la persona a lo largo del resto de su vida. En una mente sana, la persona conoce perfectamente la diferencia entre el bien y el mal, y ya no hay razones que justifiquen elegir la opción incorrecta. El individuo comete errores y tiene la oportunidad, desde su conciencia y desde su conocimiento, de reparar el daño. En cambio, cuando esta reparación del error se dilata en el tiempo, es cuando pueden surgir los sentimientos de culpa.
Tipos de culpa.
Es importante mencionar que no todos los sentimientos de culpa se generan a raíz de un daño cometido, sino que, en ocasiones, estos surgen a raíz de un hecho causado imaginario, es decir, la persona a quien creemos haber ofendido nunca se percató de los hechos o estos no generaron en ella la menor ofensa.
En base a la naturaleza de esta, existen dos tipos de culpa:
Culpa manifiesta.
Se trata de la culpa sana, ya que emerge cuando hemos invadido y dañado el bienestar de otra persona y nuestro remordimiento no nos permite alcanzar la paz mental. Es muy fácil de solucionar, ya que solo debemos volver sobre nuestros pasos, disculparnos, reparar el daño en la medida de nuestras posibilidades y llevarnos a casa una valiosa lección aprendida: intentar no volver lastimar a los demás.
Culpa mórbida.
Esta clase de culpa es patológica y nada tiene que ver con ayudarnos a convivir de forma sana con nuestro entorno, sino que surge ante la presencia de alteraciones patológicas. Un ejemplo claro es el sentimiento de culpabilidad que siente al comer una chica que es anoréxica.
(4) – Sentimientos de culpa patológicos que aparecen en la anorexia nerviosa
En realidad, no ha hecho nada malo, ni contra ella misma ni contra los demás. Sin embargo, su alteración de la realidad la lleva a experimental la culpa de haberse dañado al alimentarse de forma excesiva, cuando lo que ocurre es, paradójicamente, todo lo contrario.
“La anoréxica tiene un Super-yo muy exigente, que obliga a la muchacha a cumplir unos ideales muy estrictos. Es un Super-yo sádico, con auto reproches, con castigos, con rabia contra sí misma, incluso con golpes, sino se cumple con el objetivo anoréxico. Se trata de un Super-yo perseguidor”. (Castaño, G. 2015).
Otra situación que puede llevarnos a sentir culpa es el exceso de perfeccionismo, lo que podría derivar en un comportamiento obsesivo compulsivo.
Cómo superar los sentimientos de culpa.
Eliminar la pesada losa de la culpa de nuestras vidas es un proceso complejo, pero que podemos asumir y realizar con éxito, si estamos verdaderamente dispuestos. Se trata de ir recorriendo una serie de pasos que comprenden la identificación y evaluación de los sentimientos de culpa, la aceptación del daño causado, asumir nuestra responsabilidad y pedir perdón por el daño causado. Veamos estos pasos más detalladamente.
Escuchar.
La falta de tiempo es solo una excusa para alejarnos de nuestras responsabilidades, o de nuestras atrocidades. En esta etapa te proponemos que te tomes el tiempo de escuchar a tu culpa y dejarla que te diga de dónde viene. ¿Es un sentimiento genuino que ha nacido para hacerte mejorar como persona? ¿O es producto de tu egocentrismo o patologías que aún no has tratado de forma debida? La respuesta te ayudará a continuar en este camino de autosanación.
Escribir.
Probablemente hayas oído decir muchas veces que a las palabras se las lleva el viento. Entonces no permitiremos que algo así suceda en esta ocasión. Toma un cuaderno y escribe de tu puño y letra los motivos que te han llevado a nadar en los mares de la culpa. Si descubres que le estás debiendo una disculpa a alguien, no tardes en ofrecérsela con humildad. En cambio, si te sorprendes a ti mismo con una culpa que nace de forma mórbida, es hora de iniciar el tratamiento adecuado con un profesional.
Evaluar.
Dictamina el alcance que esta culpa tiene y decide si la forma en la que está haciéndote sentir es proporcional al daño que has causado. Pon sobre una balanza imaginaria los actos transgresores que has cometido y las consecuencias que estos están teniendo en ti. Antes de continuar con este proceso de superación de los sentimientos de culpa, procura equiparar los platillos modificando el único que es posible moldear: el de tus sentimientos.
(5) – Cómo superar la pesada carga de los sentimientos de culpa
Teatralizar.
No te asustes que no te vamos a proponer que representes una obra de Federico García Lorca. La propuesta que sigue a continuación es para hacer un ejercicio muy creativo. Es algo así como hacer teatro contigo mismo y con un amigo imaginario, el cual no es exactamente imaginario, sino que tú te imaginarás que estás con él.
Visualiza a una persona que tengas en muy alta estima, tanto en lo referente a los sentimientos que despierta en ti como al sentido común que lo envuelve. Ahora pregúntale qué haría en tu lugar y disponte a escuchar su consejo. No te asustes, no estás en un viaje astral ni has cambiado de blog, sino que se trata de un consejo que te estás dando tú mismo, pero a través de los ojos de una persona cuyo buen criterio nunca te ha fallado. Es muy divertido y efectivo al mismo tiempo.
Perdonar.
Si vas a pedirle perdón a alguien, primero debes asegurarte de predicar con el ejemplo. No llegues a la persona que has ofendido con una mochila cargada sobre tus espaldas, ya que con esto inspirarías lástima y la reacción de esa persona puede ser de compasión o de rechazo, y no queremos ninguna de las dos. Haz más liviana tu carga despojándote de tu propia condena y a partir de ese punto estarás en condiciones de pedirle algo a alguien más.
“Un buen arrepentimiento es la mejor medicina para las enfermedades del alma.” (Miguel de Cervantes).
Ganarse el perdón de la persona ofendida.
Haz que la humildad hable por ti y ve con confianza, pero sabiendo que puedes ganar o perder. Nunca des las cosas por sentadas antes de escuchar a la otra parte. Del mismo modo que te has escuchado a ti, ahora serás todo oídos para recibir los descargos y quejas de la persona ofendida. No recurras a las excusas ni a la autojustificación; la víctima no eres tú, al menos no ante los ojos de quien has herido. Es en este momento cuando tienes la oportunidad de sacar a la luz lo mejor de ti y hacer que tu resarcimiento sea diez veces mayor que el daño ocasionado.
Transformar.
Hemos llegado a la etapa final, a la sanación. Ahora es el momento de transformar esa culpa el en aprendizaje que te llevará a ser un mejor ser humano. Recapitula acerca de lo sucedido. Identifica la norma que has pasado por alto y trata de ponerte en el lugar de la otra persona. Realiza todo este proceso con plena consciencia y pregúntate cómo te hubieras sentido tú de haber estado en su lugar.
Una vez concluidos tus pensamientos reflexivos, analiza los caminos alternativos para no tener que sentirte tentado de volver a incurrir en los errores del pasado para sobreponerte a una situación o para lograr un objetivo.
Aprende a priorizar el derecho de los demás sobre tus impulsos y necesidad de gratificación. Si le das al asunto la importancia que merece, saldrás de esta situación mucho más airoso que antes de haber sido acometido por la culpa. Al final, descubrirás que gracias a la culpa y su adecuada gestión has realizado una fascinante travesía a través del auto-descubrimiento y te has convertido en mejor persona.
“Nunca es tarde para el arrepentimiento y la reparación.” (Charles Dickens)
Referencias bibliográficas.
- Castaño, G. (2015). “Monografía sobre la anorexia nerviosa”.
- Etxebarria, I., Ortiz, M. J., Conejero, S. y Pascual, A. (2009). “Intensity of habitual guilt in men and women: Differences in interpersonal sensitivity and the tendency towards anxious-aggressive guilt”. The Spanish Journal of Psychology, 12(2), 540-554. Enlace.
- Freud, S. (1923). “El yo y el ello”. En Obras Completas. Madrid: Biblioteca Nueva.
- Hoffman, M. L. (2002). “Desarrollo moral y empatía: implicaciones para la atención y la justicia“. Cornellà del Lobregat: Idea Books.
- Villegas, M. (2005). “Psicopatología y psicoterapia del desarrollo moral”. Revista de Psicoterapia, 63/64, 59-132. Enlace.
Autor.
Gerardo Castaño Recuero trabaja como psicólogo y psicoterapeuta en el Centro “Nuestro Psicólogo en Madrid”. Ha estudiado Psicología en la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid. Posee el título de Máster en “Terapia Focalizada en las Emociones” (TFE). Ha realizado el curso Master de “Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica”.
Galería de imágenes.
- Imagen de Portada: Sísifo pintado por Tiziano. Museo del Prado. Wikimedia.
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- (3) – Imagen tomada del Síndrome del Emperador. Nuestro Psicólogo en Madrid.
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- (5) – Imagen del cuadro “La caída de los Titanes” de Peter Paul Rubens. Wikimedia.
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