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Seguridad Afectiva – Buscando la seguridad emocional

Seguridad afectiva en la pareja

La seguridad afectiva y emocional.

Es totalmente normal intentar encontrar la seguridad afectiva y emocional. Pero en algunas personas o en algunas parejas, esta búsqueda puede hacerse obsesiva conduciendo a la dependencia, la tensión y la rigidez en sus relaciones.

La seguridad afectiva es primordial para el desarrollo de la personalidad. Esta seguridad está íntimamente relacionada con el tipo de vínculos que establecemos con los padres en los primeros meses de vida.

John Browly.

El psicoanalista inglés John Bowly desarrolló al acabar la segunda guerra mundial los fundamentos de una teoría sobre el comportamiento infantil. Esta teoría ha tenido un gran éxito, y es conocida como la teoría del apego.

En 1945 el fin de la segunda contienda mundial dejó el planeta sembrado de familias destrozadas y huérfanos. La ONU encargó un estudio sobre las repercusiones que la desaparición de los padres tenía sobre los niños.

Browly, que se había especializado en el estudio de niños inadaptados, huérfanos y delincuentes juveniles fue el encargado de desarrollar este trabajo. Escribió un artículo titulado “Privación Materna” que fue el origen de lo que luego sería la teoría del apego.

La teoría del apego.

De forma muy resumida podemos considerar que durante los primeros meses de vida el bebé establece una serie de relaciones afectivas con sus padres o cuidadores. Estas relaciones pueden ser estables y seguras o por el contrario frágiles e inseguras.

El niño que no ha logrado establecer una relación segura con sus progenitores llorará al encontrarse rodeado por otras personas sin la presencia de sus padres. El llanto revela el sentimiento de inconformidad y solo desaparece cuando los padres aparecen de nuevo junto a él.

Por el contrario, el niño que ha desarrollado unas relaciones seguras, ante la ausencia de los padres y la presencia de otras personas, no se siente incómodo, no llora y no considera extraños a los que le rodean.

La naturaleza de estas relaciones o vínculos será determinante en las posteriores etapas evolutivas. La seguridad de estos vínculos tiene una importancia decisiva en aspectos fundamentales de la personalidad como la autoestima y la seguridad afectiva.

La actitud de los padres y cuidadores ante las situaciones de apego tiene una vital importancia. Esta actitud pueden condicionar el futuro emocional del niño y su seguridad afectiva.

Seguridad afectiva del niño
Conseguir la seguridad afectiva del niño tiene vital importancia

Buscando la seguridad emocional.

La búsqueda de la seguridad comienza desde que nacemos. Es un paso normal en todos los individuos.

En un universo inestable e inquietante, en un mundo cada vez más despersonalizado, todos tenemos necesidad de sentir a nuestro alrededor un clima de seguridad para poder desarrollarnos. Incluso las personas más fuertes y más equilibradas sufren momentos de inseguridad.

No obstante, esta búsqueda de seguridad material y afectiva puede resultar peligrosa en el seno de la pareja.

En sus formas más extremas puede degenerar en una neurosis obsesiva (con relación al dinero, por ejemplo), en unos celos enfermizos o en una dependencia excesiva en relación con la otra persona. Cuanto más tiempo pasa, más rígidas intensas se hacen las relaciones entre los cónyuges, pudiendo, muchas veces, peligrar la unión.

Todos estos escollos pueden evitarse cuando conseguimos llegar a conocernos a nosotros mismos, logramos dominarnos y, sobre todo, somos capaces de comunicar lo que sentimos.

Buscar en la pareja, apoyo, comprensión y hasta complicidad es lógico y es lo que cabe esperar, pero sin caer en una búsqueda de protección.

El niño defiende su seguridad.

Desde el momento en que sale del vientre de su madre, el niño descubre su inseguridad. Se encuentra en un mundo cambiante e incierto. Experimenta ruidos desconocidos para él, la sensación de frío, el hambre y la frustración de la espera.

La mayoría de los padres saben crear un clima de confianza que estabiliza la ansiedad del bebé. El niño se da cuenta de que con menor o mayor rapidez recibe todo lo que necesita. Aprende a confiar en su entorno y se siente seguro.

Este sentimiento de seguridad es muy importante para el desarrollo de la personalidad. Gracias a él el niño podrá más tarde ampliar sus relaciones de confianza a todo lo que encuentra. Será capaz de afrontar los problemas sin temor y sin angustia. En resumen, estará mejor preparado para empezar la vida adulta.

Inseguridad infantil.

Pese a lo dicho, ni siquiera la persona que ha vivido una infancia ideal consigue librarse definitivamente de ese sentimiento primario de inseguridad. En efecto, vuelve a hacer su aparición en los periodos de grandes cambios. Por otro lado, ciertos traumatismos infantiles pueden pesar en la vida adulta.

Puede suceder, por ejemplo, qué un niño haya sido separado demasiado pronto de su madre, que haya perdido a uno de sus padres o que haya tenido que cambiar frecuentemente de domicilio y ambiente.

Como consecuencia, cada vez que se presenta una situación nueva y poco segura, el niño se siente angustiado y desorientado. En realidad, tiene necesidad de un entorno relativamente estable y familiar para sentirse seguro.

Esta inseguridad de la infancia se traduce de diferentes maneras en la vida adulta: al adulto puede faltarle, por ejemplo, confianza en sus relaciones con los otros, puede tener miedo a perder el empleo o negarse cambiar de trabajo.

Puede llegar a obsesionarse con el dinero y buscar toda clase de seguros para prevenir cualquier tipo de desgracia.

Esta última actitud no se encuentra necesariamente en todas las personas que han sufrido privaciones durante su infancia. Es más bien el símbolo de una inseguridad profunda, sea cual fuera la causa.

Seguridad afectiva en la infancia
La inseguridad afectiva en la infancia puede acarrear patologías.

El matrimonio refugio.

En la vida afectiva esta inseguridad puede engendrar dos tipos de actitudes extremas. Hay quienes se niegan a establecer una relación amorosa. Rechazan la pareja para protegerse de cualquier decepción sentimental.

Otros, por el contrario, se precipitan al matrimonio o a una relación. Buscan desesperadamente un refugio milagroso a donde no puede llegar la inseguridad.

La vida de pareja puede, en efecto, proporcionan cierto equilibrio. Todos tenemos necesidad de un cómplice que nos escuche, nos comprenda, nos ayude a afrontar los problemas y nos dé seguridad sólo con su presencia cuando no tenemos ganas de estar solos.

No es, sin embargo, decidiendo vivir en pareja como todos nuestros problemas personales desaparecerán como por encanto. Son demasiados los libros y las películas románticas que hacen creer que el gran amor es una cura milagrosa. La realidad es muy diferente.

Algunas personas experimentan, asimismo, una gran decepción cuando se dan cuenta de que el «ala protectora» de la vida en pareja no procura inmediatamente la seguridad afectiva y material.

Inconscientemente pueden llegar a sentir pánico al descubrir que nada se adquiere definitivamente, que es necesario luchar sin parar por la seguridad y que cada persona debe, por ella misma, ser lo suficientemente equilibrada y segura para enfrentarse con la vida sin la necesidad de alguien.

Asumiendo el papel de mártir.

Evidentemente, está decepción no siempre es fatal para la vida de la pareja. Son muchos los que se adaptan sin problemas a las exigencias de la vida cotidiana. No obstante, son las personas más inseguras las que encuentran más dificultades. Sus reacciones pueden ser diversas.

Cuando las decepciones se acumulan, hay personas que tienden a asumir el papel de mártires. Se compadecen de sí mismas y hay que estar continuamente dándoles seguridad para todo. Aunque no exigen nada en particular, siempre están, por un motivo u otro, insatisfechas.

En ocasiones intentan echarle la culpa al otro. Su actitud puede resumirse así:

“Yo hago cualquier cosa por ti, te lo doy todo y tú no me das nada a cambio”. El otro pasa a ser el responsable de su propia inseguridad.

Si estas personas se distanciaran un poco de ellas mismas y analizaran su actitud, enseguida se darían cuenta de que sus expectativas son desmesuradas y que su necesidad de seguridad les hace demasiado exigentes.

Se darían cuenta de que el otro no puede darle lo imposible. Empezarían a contar con ellas mismas para satisfacer sus propias necesidades.

Seguridad emocional en la pareja
La inseguridad emocional puede acabar en un «matrimonio refugio»

Esperar todo del otro.

El sentimiento de inseguridad y de ansiedad es, en ocasiones, tan fuerte que impide al individuo analizar su conducta con objetividad. Las personas que tienen este problema tienen entonces a depender enteramente del otro.

Así, por ejemplo, algunas mujeres casadas esperan que su marido tome todas las decisiones por ellas. Esperan con ello poder escapar a un peligro que las asusta enormemente: asumir responsabilidades, decidir y correr el riesgo de equivocarse.

Esta actitud fácil y cómoda presenta, sin embargo, graves peligros. Al adoptar una actitud de este tipo uno se va sintiendo cada vez menos responsable de su propia vida y, por tanto, de su felicidad.

Basta con que el otro desaparezca, para que la angustia se apodere de uno al tener que hacer frente a unos problemas que nunca ha resuelto por sí solo y que no esperaba tener que hacer frente.

Además, tenderá a exigir que el otro esté presente lo más a menudo posible. Se opondrá, por ejemplo, a cualquier cambio importante que conlleve la ausencia de la pareja más a menudo.

Cuando estas ausencias se producen pueden provocar estados de ansiedad o de celos.

Los psicólogos suelen asociar esta actitud con una falta de madurez y de confianza en uno mismo. Se trata, entonces, de una verdadera incapacidad para dejar el estado de dependencia, con relación a los padres primero y, posteriormente, de cara al cónyuge.

Algunas personas tratan de hacer que su cónyuge sea más autónomo porque se “ahogan” en el seno de la pareja. Otras, por el contrario, se acomodan muy bien a la situación, pues la inseguridad de su compañero las afirma y las hace sentirse más poderosas.

Controlar al otro para sentirse seguro.

La inseguridad incita, efectivamente, a controlar y limitar el comportamiento del otro con el fin de evitarse pasarlo mal. La existencia, sin esa supuesta seguridad, es totalmente inimaginable.

Con bastante frecuencia, son los hombres los que crean esta dependencia que les afirma. Les parece que su virilidad se reafirma mediante la actitud sumisa y pasiva de su compañera. Si esta última desea conseguir alguna independencia, él se opondrá invocando todo tipo de razonamientos.

En realidad, lo que sucede es que temen perder cierto control y poder: el poder de los débiles.

Por estas mismas razones, algunos aceptan mal que su compañera tenga sus propias distracciones y vuelva más tarde que ellos a casa. En realidad, alimentan una profunda duda sobre la sinceridad del amor o el afecto de su cónyuge.

Esta duda permanente da vía libre a verdaderas crisis de celos, exageradas y sin fundamento, que terminan por alejar al otro y romper la relación.

En ocasiones, pues, la búsqueda de la seguridad tiene como consecuencia el que un individuo no llegue nunca a confiar en nadie, ni siquiera en su cónyuge. Ahora bien, en una pareja, es necesario que ambos tengan la certeza de que pueden contar con el otro.

¿Cómo descubrir una infidelidad?
La inseguridad en la pareja puede acabar en celos patológicos.

Costumbres rígidas.

De un modo general, las personas que carecen de seguridad se muestran hostiles a cualquier cambio y tienen unas actitudes muy rígidas.

Ahora bien, la pareja no es algo estático, cada uno evoluciona y cambia a lo largo de la vida.

Es preciso, pues, mostrarse capaz de aceptar la evolución de las necesidades del otro y adaptarse a ellas. Así cómo reconocer las propias.

Esta rigidez se oculta veces bajo la coraza de una rutina bien establecida. Hay quienes se encierran durante toda su vida en unos hábitos que, vistos desde fuera, parecen totalmente ridículos.

Por ejemplo, si un día no pueden seguir el itinerario que siguen habitualmente para ir al trabajo, porque hay obras, se sentirán perturbados y temerán que les ocurra cualquier accidente.

Si su cónyuge o sus hijos se alejan de la línea de conducta que se ha trazado previamente, se encolerizarán o manifestarán su contrariedad, incluso por los detalles más insignificantes.

Cualquier acontecimiento imprevisto, por ejemplo un accidente sin importancia o un gasto no programado les perturba enormemente.

Llevado al extremo este sentimiento de inseguridad puede dar lugar a una neurosis obsesiva.

Conflictos en la pareja.

En el seno de una pareja, cuanto más rígidos sean los cónyuges más centrados estarán en sus necesidades personales y menos tratarán de solucionar los problemas que les aquejan mediante el diálogo y la colaboración.

Tres grandes tipos de crisis se pueden temer entonces. En la primera, los conflictos se multiplican y van siendo cada vez más graves. Cada uno de ellos se aferra a su posición y trata de convencer al otro.

Evidentemente, así se llega al resultado opuesto. Lo único que se consigue es agrandar aún más la distancia que los separa.

En el segundo tipo de crisis se niegan los conflictos. Los cónyuges evitan cuidadosamente abordar los posibles temas de discordia. Se callan antes que enredarse en una discusión. Los conflictos han desaparecido, pero los problemas siguen estando ahí.

Esta actitud tiene dos consecuencias bastante peligrosas para la vida de la pareja: por una parte, los intercambios se hacen cada vez más escasos. Por la otra, los cónyuges se ven frustrados, pues no han podido expresar sus ideas o sus puntos de vista.

¿Por qué intentar mantener una situación tan rígida y represiva? Es posible que los cónyuges quieran dar la imagen de una pareja unida y feliz. Pero lo más probable es que se trate de cuidar la propia seguridad y paz interior.

Se teme que los conflictos amenacen la seguridad de la pareja. No se quiere correr el riesgo de sacarlos a la luz.

Conflictos en la pareja
La rigidez en la pareja puede acabar en serios conflictos.

El miedo de perder al otro.

Existe un tercer tipo de crisis en el que el miedo de perder al otro, otra forma de inseguridad, juega un papel primordial: se trata de conflictos falsamente resueltos en los que uno de los cónyuges finge que aprueba lo que dice el otro.

Muchas personas llegan a sacrificar sus deseos, sus necesidades o su personalidad para hacer creer al otro que el acuerdo es perfecto. Desean, sobre todo, no decepcionar. Se imaginan que han de hacer ese papel para ser dignas de estima y de amor.

Lo más frecuente es que estas personas estén intentando engañarse a sí mismas. Intentan negar lo que, en realidad, consideran defectos importantes. Prefieren anular su personalidad en vez de asumirla. Poco a poco se van haciendo cada vez más dependientes del otro.

Es ahí donde nacen los problemas más graves. No sólo cuentan con su cónyuge para tomar cualquier decisión, sino que además aceptan ciegamente sus consejos y opiniones sin la menor crítica.

Esta “comedia” es agotadora. En una situación de este tipo, el sujeto consume toda su energía para controlar su comportamiento, en vez de dejarse llevar por sus inclinaciones.

Este juego puede prolongarse durante toda la vida, pero no merece la pena condenarse a tener siempre unas relaciones pobres o frustrantes a causa del temor (muchas veces imaginario) de perder al otro y con él nuestra seguridad.

Aprender a sentirse seguro.

La mejor manera de satisfacer la necesidad de seguridad es, sin duda, luchar por vivir de acuerdo con tu propia personalidad.

En una pareja es necesario mantener un equilibrio entre lo que es posible esperar del otro y aquello para lo que no se debe contar más que con uno mismo. Cuando esperamos todo del otro, nos exponemos invariablemente una dependencia comparable a la de un niño en relación con sus padres.

Por el contrario, cuando se cuenta sólo con uno mismo para todo, se corre el riesgo de ahogar y aplastar el entorno de la pareja con la autosuficiencia.

Lo más difícil, sin duda, es aceptar y dominar las propias angustias. Es necesario, a veces, mucho valor para cambiar relaciones que duran desde hace muchos años.

La solución más fácil consiste en no cuestionarse nunca nada y, sin embargo, es necesario hacerlo para que la vida en común aporte a ambos felicidad y satisfacción personal.

Referencias bibliográficas.

 

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Gerardo Castaño Recuero trabaja como psicólogo y psicoterapeuta en "Nuestro Psicólogo en Madrid". Ha estudiado Psicología en la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid y también ha cursado dos Máster, uno sobre Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica y otro sobre TFE: Terapia Focalizada en las Emociones.